martes, 30 de marzo de 2010

El delineante de poemas y su Náyade tropical


Luisa Castilla y José Lupiáñez, protagonistas motrileños del muy vivido largometraje “Recuerdos de un Olvido"
Deben ser las once de la mañana, cuando José Lupiáñez empieza a trazar líneas espaciadas con su voz, de entre las más templadas y hermosas que se puedan escuchar en la película, mientras que la náyade Luisa Castilla, posiblemente la última de Sierra Nevada, le escucha, entre absorta e indiferente -difícil de descifrar su grado de interés, dada la naturaleza, tan dócil como salvaje, de la ninfa acuática-, a un abrazo y medio de distancia del poeta. Estamos en el domicilio del escritor, en el edificio Turquesa de Motril, desde donde se divisa el mar Mediterráneo, más cerca que lejos. Entre la costa y nosotros está el paisaje genuinamente tropical de estas desconcertantes tierras granadinas, en toda su límbica extensión, junto a huertas de chirimoyos, nísperas, aguacates y plantaciones de caña y tabaco que resisten -cual los últimos de Filipinas- el avance totalitario de las casas pareadas y superficies comerciales, venidas, bien sea de ultramar, bien sea de intereses creados tierra adentro: ¡Vaya usted a saber de dónde vienen, las pareadas! ¿Anglosajonas? ¿De los mandarines o putonghuas? ¡En todo caso no se asemejan para nada a los genuinos lares de los pescadores motrileños! Es mayo del 2008, un momento ilimitado, sin tiempo preciso, que vamos a sumergir, si todo va bien -bendito cine-, en la crónica humana de lo explicable dentro del Misterio...



Dos Cartas a Julio Alfredo Egea: el gran poeta-oso de Almería


Carta primera (escrita en el Valle de los Asombros, sin fechar)
"…Que sepas, mi querido Julio, que yo me crié cerca de aquí, en Málaga, donde cuando a las pocas semanas de nacer conocí a Orson Welles -bueno, mejor dicho, él se acercó a mi madre y de paso me hizo carantoñas-, por cierto que tú, Julio Alfredo, en ocasiones me has recordado al Orson Welles de la poesía, no sólo por tu envergadura física sino por una especie de capacidad excesiva, desproporcionada en la amistad, en lo entrañable del compartir, que tal vez me transmitía también el viejo Orson (¿Vendrá el nombre Orson de una translocación del sustantivo latino Ursus, del género Ursus, es decir del oso?)"...

lunes, 29 de marzo de 2010

El hombre-río: Juan Delgado López


Pienso frecuentemente en el hombre-río, y a él me refiero a menudo, pues es así, en un tono de antropología fluvial, como de él hablo a los demás cuando cito su obra: La del poeta de Río Tinto. Porque fue un bellísimo y muy preciado descubrimiento, el de sus versos y el de su persona, a compartir con quien se preste, con el compañero conocido o desconocido que me atienda en algún meandro del viaje, siempre y cuando el amigo en cuestión manifieste cierta liquidez, hacia la belleza del inquieto reposo, hacia el desequilibrio poético del fluir de las aguas... Pero vaya: está al alcance de todos el comprender la grandeza y el lirismo de Juan Delgado López, tan volcado en sus ríos, el Tinto y el Odiel, en sus mineras y teñidas tierras de Huelva...


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